lunes, 7 de marzo de 2011

CUARESMA 2011 ( EL PAPA BENEDICTO Y MENSAJES DE JESUS Y MARIA SOBRE LA CUARESMA)




Queridos hermanos y hermanas:




Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22).






Justicia: “dare cuique suum”


Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra “justicia”, que en el lenguaje común implica “dar a cada uno lo suyo” - “dare cuique suum”, según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste “lo suyo” que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia “distributiva” no proporciona al ser humano todo “lo suyo” que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si “la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios” (De Civitate Dei, XIX, 21).






¿De dónde viene la injusticia?


El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas” (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene “de fuera”, para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar ―advierte Jesús― es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: “Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?






Justicia y Sedaqad


En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que “levanta del polvo al desvalido” (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en “escuchar el clamor” de su pueblo y “ha bajado para librarle de la mano de los egipcios” (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?






Cristo, justicia de Dios


El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: “Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).






¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la “propiciación” tenga lugar en la “sangre” de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de “lo suyo”? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.






Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.






Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.






Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica.






Vaticano, 30 de octubre de 2009






«Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: «La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo» (cf. Rm 3,21-22).»


«¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la “propiciación” tenga lugar en la “sangre” de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14)» ver todo el documento.






































MENSAJES AL HERMANO EDUARDO GOMEZ FERREIRA - BRASIL


MENSAJE DE NUESTRA SEÑORA


(14/03/2010) São José dos Pinhais/PR, Brasil






Amados hijos, la cuaresma es tiempo de reconciliación con Dios y con el prójimo.


Hijos Míos, rece para encontrar paz interior.


Agradezco por estar hoy aquí en Mi santuario de las Lágrimas.


Los invito a divulgar estos Mis mensajes que yo la Rosa Mística Reina de la Paz les he traído hasta vosotros.


Recen, recen, recen.










CAMBIEN! ¡ARREPIÉNTANSE! ¡PERDONEN! ¡CONVIÉRTANSE! ¡EL TIEMPO PARA LIMPIAR ESTÁ A LA MANO! ¡AMÉN NIÑOS HE HABLADO ASI QUE ESCUCHEN Y OBEDEZCAN A SU DIOS! Escojan al cielo y la salvación eterna.”








MENSAJE DE JESUS.
 
MENSAJE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO



A SU HIJA AMADA, LUZ DE MARÍA










17 DE FEBRERO 2010




Amadísimo Pueblo Mío:


Una vez más, les invito a permanecer en Mi Amor. Al dar inicio a este tiempo de Cuaresma, de penitencia, de ayuno, de oración, de limosna, de caridad, pero sobre todo DE AMOR Y DE CONVERSIÓN, les llamo a examinarse profundamente sin disimulos. Hoy les llamo, Pueblo amadísimo de Mi Corazón, a reflexionar profundamente en lo íntimo del ser, sobre aquellos pecados que aún cometen con facilidad; les llamo a enmendarlos con prontitud.










Les invito urgentemente a ORAR SIN CESAR, a ser esos intercesores de sus hermanos. Les invito a dar limosna al prójimo, pero sobre todo a ustedes mismos, sí, hacia ustedes mismos. Ámense para que puedan amar así al prójimo; perdónense para que puedan perdonar al prójimo; no pueden dar, amadísimos hijos, lo que no poseen.










Les invito también a SER UN SOLO CORAZÓN JUNTO AL MÍO, a que la oración en este tiempo nazca de lo íntimo, de lo íntimo del ser humano. Fusiónense Conmigo, acaten los llamados urgentes de Mi Madre Santísima y Madre de toda la humanidad.


Les alertamos cada día, porque nuestro Amor es infinito como infinita es Nuestra Misericordia.


Cierren sus ojos por un momento y abran los ojos del espíritu y miren Mi infinito Amor hacia ustedes y con ese infinito Amor de Mi Corazón, amen a sus hermanos, perdonen, no miren las pequeñas cosas, miren las grandes cualidades, dones, virtudes que poseen sus hermanos. Yo no miro lo pequeño en el ser humano; miro lo grande, miro Mi Imagen y Semejanza, miro el amor que poseen por Mí. Así en este tiempo les llamo a ser MI MISMO AMOR, no a quedarse en pequeños detalles que les detienen en el camino.










Hoy especialmente les llamo a ese ayuno. Claro que agradezco el ayuno que con frecuencia ustedes acostumbran ofrecerme, el ayuno del alimento físico. Hoy les llamo a ayunar de su “ego”: del carácter que cada uno de ustedes posee. Les llamo a que durante cuarenta días los dediquen a anular aquello que más sobresalga, aquello con lo que más se rebela el egoísmo en ustedes, aquello que más les cuesta dominar, doblegar en su humanidad, en su carácter; que escondido en lo íntimo del ser, es ese detente que no les permite fusionarse completamente a Mí.










A este ayuno les invito hoy, a este ayuno que quizá es el que más les va a costar. Es el que más les va a doblegar, es el que Me van a ofrecer segundo a segundo, instante a instante, porque deben YA erradicar, deben YA dejar de vagar por el desierto en el que les mantiene lo meramente humano. Alejen esos ídolos de ustedes: el capricho, las ansiedades, la falta de comprensión hacia sus hermanos, la vanidad, la falta de humildad, la idolatría a ese yo que les domina aún los impulsos. ESO ES LO QUE HOY VENGO A PEDIR A MI PUEBLO: la nulidad de su yo humano, la nulidad total y absoluta.


VIVIMOS, AMADÍSIMOS DE MI CORAZÓN, UN TIEMPO URGENTE ¿Es que acaso no miran las señales que continuamente envío para que reflexionen sobre la cercanía de los tiempos? Y, ¿qué más puedo hacer como Padre, que entregarme y cargar sobre Mí los pecados que ustedes han cometido? Allá en el Huerto de los Olivos padecí cada pecado de ustedes, cada falta de correspondencia, cada intolerancia a los errores de sus hermanos, cada falta de humildad, cada falta de entrega, cada escupitajo, cada traición, todo lo padecí, lo cargué por amor a ustedes.










Ahora vengo, vengo ante cada uno a pedir AMOR. Tengo sed del amor de ustedes. Mi Creación tiene sed del amor de los hombres, y este tiempo es tiempo de Misericordia para que cada uno reflexione y Me entregue aquello que prevalece más en su ser y que le mantiene distante de Mi Amor.










Amadísimo Pueblo Mío: ¡CUÁNTO LES AMO!, ¡CUÁNTO LES AMO HASTA EL EXTREMO! Y en ese Amor de este Padre que se entrega por los Suyos, les invito a adentrarse en Mi Corazón Misericordioso. No teman, no hay pecado que no pueda perdonar si se acercan arrepentidos ante Mí. Aliméntense de Mí, de Mi Cuerpo, de Mi Sangre. Yo les daré la fuerza para que correspondan con altura a Mis peticiones.










Queden en Mi paz, les bendigo.


Su Jesús





MENSAJE DE MAMA MARIA

MENSAJE DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA



A SU HIJA AMADA LUZ DE MARÍA




3 DE MARZO 2010




Amadísimos hijos:










Hoy les llamo al AMOR, al cumplimiento del AMOR hacia el prójimo. Hoy en que miran con temor el sufrimiento en varias naciones del mundo y con ansiedad y angustia, se acercan a mirar los llamados insistentes de la Casa Paterna, con el afán de tranquilizar el pensamiento deseando conocer lo que ayer no era de interés. Hoy les pido, no sean indiferentes al dolor ajeno.










Hay dolor y continuará esparciéndose por varios países con prontitud; desde los más poderosos hasta los más pequeños verán los signos de los tiempos.


Amados de Mi Corazón: el dolor se esparce como sombra sobre la humanidad, el día ya no es día, la noche no es noche. El corazón humano se ha teñido por el egoísmo y se volverá contra sí mismo.










Hijos, prepárense, conviértanse. Cuanto Mi Hijo y esta Madre les Hemos anunciado, se dará en un abrir y cerrar de ojos. “LA CUARESMA ES TIEMPO DE EXPIACIÓN”, NO LO OLVIDEN. No les atemorizo, les advierto para que permanezcan despiertos, para que venzan la tentación.










Hijos; acérquense a Mi Hijo con prontitud, no esperen los eventos anunciados para clamar Misericordia. Ustedes deben ser parte de esa MURALLA DE ORACIÓN que se eleva al Trono de la Santísima Trinidad, intercediendo por la humanidad.










El hombre debe cambiar, el egoísmo debe ser erradicado de la faz de la tierra. En momentos de tragedia el egoísmo del ser humano se trasluce en todas sus facetas, el dolor no ablanda los corazones, al contrario les hunde más, cada quien lucha por sus propios intereses sin compartir con el hermano.










De tragedia en tragedia caminan los Míos, sin ablandar los sentimientos, hasta que se miren cara a cara con su conciencia; entonces sí que habrá lamento, arrepentimiento y conversión.


La actitud de la humanidad ha acelerado el cumplimiento de las profecías y lo que estaba a las puertas, ya está dentro; el pecado rebasó la Copa.










Amadísimos hijos de Mi Corazón: oren unos por otros sin desanimarse, permanezcan unidos.


Les amo, hijitos.


Mamá María.









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